La calidad de una gran mayoría de los intendentes de Salta es calamitosa. Generalmente dos ideas suelen asaltarlos al asumir sus cargos: qué camioneta se compran y qué amante consiguen, lo demás se resuelve con el clientelismo sufragado por los dineros municipales, es decir, de los vecinos.

SALTA – POR ERNESTO BISCEGLIA.- La provincia de Salta tiene en el eslabón más importante de la columna vertebral de la democracia –el municipio- una truculenta historia protagonizada por intendentes semi analfabetos, procesados por la Justicia, destituidos por sus desmanes, enjuiciados por cohecho y en su gran mayoría “administrando” municipios averiados en su línea de flotación financiera. ¿La causa?, el Patronazgo Municipal que será la ruina de los municipios.

En 1845 cuando Domingo Faustino Sarmiento publica “Facundo, civilización o barbarie”, traza con maestría elocuente aquello que él advierte diciendo ¡Cuidado pues, ése mal lo traemos en la sangre! al referirse al caudillismo. Éste es el mal que corroe a los municipios de Salta con intendentes que piensan que con “la boca y el dedo se dibuja un potrero”, es decir, actúan con un voluntarismo propio de autócratas del siglo XIX.

La mayoría carece de un plan de gobierno lo cual sumado al hecho de todos los municipios están quebrados y dependientes de la coparticipación, el tiempo que debiera ocuparse en “Pensar Municipio” termina dilapidándose en barajar roscas políticas para lograr un continuismo lo más prolongado posible.

La diferencia entre un intendente y el ejercicio de un patronazgo reside en la manera de organizar su burocracia. Un intendente ADMINISTRA el gobierno municipal ejecutando las Ordenanzas y disposiciones que dicta el Concejo Deliberante, es en términos llanos, el primer empleado del pueblo. En el modelo de patronazgo, se convierte en patrón de estancia haciéndose poseedor del poder que en realidad es de los vecinos.

Un intendente trabaja para terminar su periodo en los términos más exitosos posibles, mientras que el patrón de estancia pretende quedarse reduciendo a los empleados y vecinos a siervos de la gleba a través del clientelismo.

Los tiempos de crisis son favorables al fortalecimiento del clientelismo por la supuesta seguridad que un cargo de pocos mendrugos le proporciona al empleado, al que precisa algo, al que sobrevive con un bolsón y así…, pero no se hallan entre los intendentes ideas superadoras para avanzar hacia un municipio autónomo y mejorar la calidad de vida de los vecinos.

El Municipio del Nuevo Orden: Relacional y con Participación Vecinal

Lo que caracteriza a este tiempo pospandémico es la dinámica, todo sucede a una velocidad vertiginosa donde la sociedad vive acuciada por un sentimiento de obsolescencia, es decir, cada día parece que lo del día anterior ya es pasado. ¿Cómo puede entonces pensarse un municipio en términos de progreso con intendentes que pretenden ejercer el poder al estilo de la estancia decimonónica?

Hoy es imprescindible pensar el municipio a partir de nuevas estrategias combinadas para orientar la gestión hacia un control de los procesos del cambio social.

El municipio relacional se sustenta a partir de asociaciones con los colectivos locales articulando lo público con lo privado, llamando a participar a los actores sociales, vinculando al municipio con las universidades en forma efectiva, abriendo el espacio a la capacitación de los vecinos y devolviéndole a los Concejos Deliberantes su rol de formadores de pensamiento participativo, de poder legislativo y de órgano de contralor.

¿Por qué no sucede esto en Salta? Porque los intendentes no quieren –o no pueden- mostrar sus libros contables, se rodean de amigos y queridas y ni siquiera van detrás de la construcción de poder municipal sino de roscas políticas para permanecer en el cargo cambiando de bando según les convenga.

Sin participación vecinal ni espacios para los actores sociales, los municipios conservarán sus nombres pero en el fondo continuarán siendo cotos de caza de mediocres intendentes.-

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