Arturo Umberto Illia; ese presidente que avergüenza a los radicales contemporáneos

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¿Existe acaso el radicalismo en los días presentes, o es una más de las grandes ficciones políticas con que los miembros del consorcio nacional utilizan para lucrar con el voto popular? El 4 de agosto de 1900 nacía Arturo Umberto Illia Francesconi, médico que ejerció casi toda su vida en Cruz del Eje y jamás utilizó su cargo para lograr beneficios personales. Su personalidad sencilla y su alto sentido de la ética interpelan hoy a propios y ajenos. Su figura se levanta entre tantos que diciéndose radicales se entregan al obsceno tráfico de prebendas políticas y favores económicos. 

SALTA – POR ERNESTO BISCEGLIA.- Debiéramos tal vez iluminar este momento con un discurso desde la cátedra de la Historia para honrar la memoria de un presidente que marcó un hito en la historia, no tanto por su labor política sino por su decencia, un valor absolutamente extinguido en la política de nuestros días. En efecto, Don Arturo Umberto Illia, fue más que un político una persona íntegra, ornada con valores y categorías que hoy yacen ollados bajo la pisada de los que han hecho del cohecho y el nefando ejercicio de la amoralidad el ejercicio infame del enriquecimiento ilícito.

La figura de Illia se levanta majestuosa desde el pedestal de su sencillez y su honestidad de procedimientos representados en su humilde casa de Cruz del Eje frente a las fastuosas viviendas de los apátridas que se arrellanan en su opulencia mal habida.

Fue un republicano de corte estoico y visceralmente íntegro, pues dígase que la honestidad «per se» no asegura la integridad y que ambas categorías en ocasiones son difíciles de reunir en una sola persona, pero Illia resumía ambas cualidades.

Perfilado en el mismo molde de la decencia de Elpidio González, el «Bienamado» ex presidente de Marcelo T. de Alvear (1922-1928), que renunció a su sueldo, explicando que si el pueblo lo había colocado en semejante responsabilidad, no estaba bien recibir dinero por ello y murió en la extrema pobreza vendiendo anilinas. En esa línea, Don Arturo jamás utilizó su influencia y hasta vendió su auto, un Fiat 1500, en pleno ejercicio de la Presidencia para afrontar gastos por la enfermedad de su esposa.

Al final de sus días como presidente, rechazo la jubilación y se ganó la vida trabajando en una panadería.

Radical de pura cepa, ingresó a la militancia en la Unión Cívica Radical en 1918 cuando en Córdoba se fraguaba la Reforma Universitaria y continuaría labrando un Cursus Honorum que lo depositaría en la Casa Rosada el 31 de julio de 1963.

Como presidente, el peronismo le debe el levantamiento de las restricciones que pesaban sobre ese partido y permitió que se celebrara el 17 de octubre sin limitación alguna, habilitando la participación de PJ en los comicios legislativos del año 1965.

Durante su gestión de gobierno, la educación tuvo un peso significativo en el Presupuesto Nacional. En el año 1963, su participación era del 12%, en el año 1964, del 17%, en el año 1965, del 23%, poniendo en marcha el Plan Nacional de Alfabetización El 5 de noviembre de 1964 se pone en marcha el Plan Nacional de Alfabetización, con el objetivo de disminuir la tasa de analfabetismo que para la época se estimaba en poco más del 10% de la población adulta.

Entre 1963 y 1966 se graduaron de la UBA 40.000 alumnos, cifra más alta en toda la historia de la casa de estudios.

Denunció la política petrolera de su antecesor anulando los contratos de concesión dados a las empresas extranjeras por “vicios de ilegitimidad y ser dañosos a los derechos e intereses de la Nación”. Esto lejos de beneficiar al gobierno lo dejaría con mala fama internacional y sumaría nuevas fuerzas, esta vez internacionales y muy poderosas, a la coalición que lo derrocaría.

Ley del salario mínimo, vital y móvil

El 15 de junio de 1964 se publica en el Boletín Oficial la Ley 16.459, del salario mínimo, vital y móvil, previa a la constitución del Consejo del Salario, integrado por representantes del Gobierno, los empresarios y los sindicatos.

La Ley de medicamentos

Un hito en la historia política contemporánea fue la firma de la Ley 16.462, conocida como Ley de Medicamentos que fijó una política de control sobre la producción, comercialización e importación para las empresas farmacéuticas. Conocida como «Ley Oñativia» en homenaje al Ministro de Salud -salteño- Arturo Oñativia, fue 28 de agosto de 1964. Establecía una política de precios y de control de medicamentos, congelando los precios a los vigentes a fines de 1963, fijando límites para los gastos de publicidad, imponiendo límites a la posibilidad de realizar pagos al exterior en concepto de regalías y de compra de insumos. La reglamentación de la Ley mediante el Decreto 3042/65 fijaba además la obligación para las empresas de presentar mediante declaración jurada un análisis de costos y a formalizar todos los contratos de regalías existentes.

Esta ley surge, a partir de un estudio realizado por una comisión creada por el Presidente Illia sobre 300.000 muestras de medicamentos. Muchos de estos medicamentos no eran fabricados con la fórmula declarada por el laboratorio y su precio excedía en un 1000% al costo de producción.

Quedará para la historia su frase que resume hoy la ignominia de políticos que han abandonado el cuidado de la salud pública cuando dijo: “¡Con la salud no se negocia!”

Cuando fue sacado de su despacho por uno de esos tantos militares traidores a la Constitución Nacional y al honor de su uniforme como el general Asogaray, le espetó con altura: «Usted es un vulgar faccioso que usa las armas para violar la ley”. Se repetía otra vez el ciclo infame iniciado por el salteño, José Félix Uriburu que había derrocado a otro hombre íntegro, Don Hipólito Yrigoyen.

Tanto más podríamos predicar de este ciudadano ilustre cuya talla política y humana se yergue majestuosa interpelando a la falange de venales, sobornados, y deshonestos, que envueltos en los colores rojo y blanco de la Unión Cívica Radical malversan los principios republicanos y prostituyen a las Instituciones de la República movidos por la codicia de llenar su bolsa a desprecio de la marginación y el empobrecimiento de sus conciudadanos.

Frente a esos corrompidos y chanchulleros, oponemos estos ejemplos inmarcesibles de integridad y probidad que hicieron realidad aquella aspiración que expresaría más tarde en su discurso de asunción a la presidencia, Don Ricardo Alfonsín: «Vamos a hacer un gobierno decente».

De esto, precisamente, adolece hoy la política: de decencia.-

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