La Ciudad de Salta tiene “ese no sé qué” que al vecino termina provocándole un “qué se yo”, pero que a nadie le gusta nada. Los gobernantes presumen de mandar en una capital del siglo XX pero con falencias propias del siglo XVIII. Inundaciones históricas, reparto domiciliario de agua y si el verano se pone duro, alumbrado a velas.
SALTA – POR ERNESTO BISCEGLIA.- Las tradiciones constituyen parte del acervo cultural de un pueblo, le otorgan identidad, sentido de pertenencia y de permanencia respecto de un sitio, pero el progreso es una dinámica indetenible que debe hallar sustento en esas tradiciones, pero no al extremo de continuar practicándoles como era entonces. Vivimos en aquella Salta colonial donde paradójicamente el progreso se detiene para retornar al “Aguatero” y de seguir así las cosas al “vendedor de velas”.
En esta Salta Güemesiana hasta los problemas son tradicionales. Ya en el año 1752, el entonces gobernador, Juan Victorino Martínez, había mandado a construir “un murallón de cuatro varas de grueso, una y medio de cimiento y dos varas de alto” para evitar que las aguas del Río Arias anegaran la ciudad en tiempos de lluvias intensas. La medida se tomó ya que cuando se producía una inundación las aguas avanzaban sobre la ciudad dejando todo tipo de basura, animales muertos y otros desperdicios que ponían en riesgo a la población de contraer enfermedades.
A casi tres siglos de aquellos lejanos días, el centro de la Capital de Salta padece problemas similares, agravado ahora con la falta de agua potable en vastos sectores de la población, una “medida inclusiva”, sin duda, ya que no distingue clases sociales y a todos les falta el agua.
La razón quizás estribe en la ausencia hasta ahora de una organización territorial adecuada, de un plan urbanístico que contemple un plan hídrico. De otra manera no se comprende que ante la carestía de agua la solución implementada por la empresa prestataria del servicio sea colocar camiones cisterna en los barrios para paliar la situación de los vecinos. En el siglo XXI, Aguas del Norte devuelve a las calles la figura del aguatero, eso sí, en vehículos con motor a explosión.
La actual administración de Aguas del Norte adolece de problemas comprobados, ineficacia, soberbia e impunidad, y en cierta forma también hasta de complicidad ya que heredaron de la gestión anterior una situación catastrófica donde el destino desconocido de los dineros produjo la desinversión que hoy padecen los salteños. Nadie del directorio de Aguas del Norte pidió siquiera un informe, mucho menos inició una investigación. Acomodaron el nuevo presupuesto y fueron para adelante –eso sí, cuidando de ganar suculentos sueldos que permanecen más blindados que el oro de Fort Knox- guiados por un funcionario cuya mediocridad se lleva la palma y cuya altanería lo hace despreciar la inteligencia de los vecinos. Lo que en la jerga común se llamaría “un pobre tipo”. Pero el mal continúa y se agrava.
Más allá está la empresa distribuidora de electricidad –EDESA- que comienza a mostrar los efectos de la misma desinversión, no por malversación como en el caso del agua sino por falta de autorización para incrementar el servicio a los particulares y volcar ese aumento en obras; al menos es lo que viene reclamando la empresa desde por lo menos dos años atrás.
La temporada estival que para colmo se anuncia implacable, demandará más consumo de energía por parte de los particulares y habrá que ver si el sistema responde ya que ahora ante el primer atisbo de tormenta el servicio se corta. El continuo corte y regreso del voltaje ya se ha cobrado cientos de electrodomésticos fundidos y promete ir por más. De continuar esa situación rayana en la emergencia junto al aguatero de Aguas del Norte los salteños verán pasar por las calles también al vendedor de velas.
La ausencia de políticas públicas y de funcionarios eficientes ya comienza a mostrar su rostro macabro devolviendo a la Capital y a los pueblos de la provincia central del NOA a recurrir a métodos coloniales.
Hay que cuidar las tradiciones, pero no tanto.-